¿Se animan?

Si es así, cuenten conmigo (aunque ahora no nos estemos encontrando).

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Probando el pibemovil (Juliana Ianniccillo)

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Adrián y yo habíamos preparado todo para el pibemóvil sumergible, una especie de submarino que construimos con unos cacharros que encontramos. Teníamos los esquíes, los asientos, cuatro paredes de ladrillos (que les habían sobrado de la obra a los de al lado), una esponja de la farmacia y la chapa de un auto chocado que en el barrio está como reliquia porque nunca nadie lo reclamó.  Solo faltaba algo, y era esencial. ¡La valentía! Porque nadie se embarca de una en este armatoste.

No, no: eso lleva tiempo de reflexión. Además, el abuelo de Julián, nuestro amigo, cada vez que vamos a su casa se la pasa contando leyendas del lago  Tomás, en donde vamos a tirar el pibemóvil. Y todas sobre lo mismo, un monstruo.

Un monstruo verdaderamente espantoso que tira fuego por la boca y sus escamas son tan puntiagudas que con un mínimo roce, un humano podría hacerse una herida mortal… un monstruo que no deja con vida a ninguno de los nadadores… ¡El Tomasito!

Si, la verdad que un nombre medio pedorro, pero es lo que hay. A pesar de eso, el asunto me sigue dando pesadillas.

Lo del pibemóvil al principio fue un juego, pero quisimos demostrarle al abuelo de  Julián que no hay nada que nos espante.

Sin embargo aquel día, a un paso de  subir a la máquina me recorrió un escalofrío. ¿Y si esas historias eran de verdad? ¿Y si el anciano no estaba tan equivocado? Traté de olvidar esto pero ya estaba con un pie en el agua, y  al levantar la vista un chapoteo y unos ojos rojo sangre me convirtieron en el mejor corredor de la historia.

Algunos no me creen, otros sí. Carolina dijo que vio a Carlos, el abuelo de Julián, pagándole a alguien desconocido, aunque él lo niega todo. Yo no sé qué pensar. Pero nunca, pero nunca más voy a poner un pie en ese lago.

 

 

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El final de la infancia (Juliana Ianniccillo)

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Camila era una de esas nenas pícaras y  revoltosas, llenas de ideas que, generalmente,  se  transformaban en travesuras. Pedía chocolates a cada cual que pasara, lo que delataba cuan caradura era. Era, en fin, una nena común y corriente, que de vez en cuando encaprichaba,  como aquella vez en el Shopping. Aquella última vez.

Mamá y papá la habían llevado al  centro comercial porque se acercaba la navidad, aunque ella no entendía mucho de eso. Las jugueterías estaban repletas de juguetes impacientes por ver llegar a Papá Noel, como aquella muñeca de vestido verde, llena de rulos en la cabeza.

Camila quedó absorta mirándola, ella QUERÍA esa muñeca, ella LA QUERÍA. Se quedó en la vidriera de la juguetería cuidando que nadie la comprara, pero no advirtió que mamá y papá se iban, dejándola a ella sola atrás.  ¿Cuánto tiempo fue? ¿Horas? A Camila ya le dolía la panza de tanta hambre,  había pasado la hora de la merienda… Un altavoz repetía su nombre y el color de su pollera como una bonita canción de cuna. Hasta que un hombre la despertó de su ensueño. Tenía una campera azul y unos rulos negros  parecidos a los de la muñeca. Estaba demasiado cerca de Camila, dentro de un aura inquietante. La nena sintió el impulso de correr con sus tres añitos, pero no pudo, el miedo la petrificaba. El hombre la agarró de la mano con una fuerza bruta y ciega, que hizo que Camila lloriqueara. La arrastró   hacia la puerta del shopping, anunciando el final de su niñez en un sangriento secuestro.

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La mujer de los labios rojos (Juliana Ianniccillo)

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Se mira en el espejo

mucho maquillaje

Intenta esconder errores

bajo el rímel

Los pendientes de oro

esperan un   caballero

que los baile al ritmo del vals

 

El vestido negro  llama la atención

cubriendo inseguridades de la bella dama

Los labios rojos pronuncian palabras

que, al fin al cabo,

no encuentran sentido.

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Se agranda la familia (Pili Gonzalez Lepanto)

Para Fabián y mamá,
quienes saben luchar.

A veces en la vida se pierde, como también se gana. A ninguno de nosotros nos gusta perder, pero es regla esencial. La vida es un juego y cuando uno llega al último casillero del tablero, comienza uno nuevo más complejo.
Esta vez me tocó perder a mí. Sufrí como un cachorro que no encuentra a su mamá, pero pude seguir adelante, tomando la delantera, llegando al final del tablero y dejando a mi sufrimiento atrás.
—Andá al cuarto de mamá, te tienen una noticia—me dijo el abuelo cuando el transporte escolar me dejó en casa. Él estaba feliz. Una pequeña y dulce sonrisa estaba trazada en su arrugado rostro. Presentía que se acercaba una alegría, y con un poco de intriga y emoción, fui a la habitación de mi mamá para escuchar la primicia.
—¡Hola Pili! ¿Cómo te fue hoy en el cole? — me preguntó mami que estaba acostada en su cama al lado de su marido, un papá más para mí. Ambos sonreían de la misma manera que mi abuelo, demostrando felicidad.
—El abuelo dijo que me tienen una notica.
Ellos se miraron alegres y me dijeron:
—Vas a tener un hermano.
La felicidad recorrió todo mi cuerpo. Quería gritar de lo contenta que estaba. No sabía como explicar lo que sentía. Tantos años esperando este momento: se agrandaría la familia como tanto yo quería.

Las próximas semanas solía estar sonriente todo el tiempo, contándole a mis amigos de la futura llegada al mundo. Las felicitaciones a la familia me hacían estar mas alegre de lo que estaba hasta ese entonces.
No recuerdo de haber estado mal en esas semanas, sin contar aquella tarde.
—Tenemos que hablar—dijo mamá con la voz apagada.
 ¿Qué hice? ¿Me porté mal? ¿Le contesté de mala manera a alguien? Las preguntas atormentaban mi pobre cabecita.
—No quiero que te pongas mal, pero estos últimos días estuve teniendo unas pérdidas y…

 ¡Plof!
Una lagrimita deslizó por mi mejilla y cayó al piso.

—…puede ser que tu hermanito no llegue.

¡Plof! ¡Plof!

—Dios sabrá por qué.

¡Plof! ¡Plof! ¡Plof!

—No quiero que te pongas mal. Son cosas de la vida.

¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof!

—Es que yo quería un hermanito.
—Nosotros también queríamos que tengas uno, pero no se dio. Ya va a llegar.

¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof! ¡Plof!

Mamá me abrazó y no nos dijimos ni una palabra más. Ella se fue despidiéndome con un beso en mi cabeza y una acaricia suave en mí pera, y desde ese momento volví a escuchar un par de plof más.

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La carta de Cenicienta (Valentina Taberna, 10 años)

Queridas hermanastras:

Les quiero decir que soy  muy feliz con el príncipe en el reino. Espero que estén felices en su casita. Les mando en este sobre las gracias por ayudarme con el príncipe. También les mando tres invitaciones a mi casamiento. Gracias por las cartas que me mandan todos los días. Como yo tuve unos minutos me dediqué a escribirles esta carta.

Para mi casamiento voy a usar un vestido de color blanco con una corona de color oro y con unas perlas celestes. El príncipe está feliz, como yo. Tendremos dos caballos de color blanco. Todos los ratones van a estar adornados de celeste. Y quiero que Anastasia vaya de celeste tirando rosas celestes.

Con mucho amor,

CENICIENTA

 

 

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Las historias del viejo Tomás (Pili G.Lepanto, 12 años)

El reloj hizo sonar su campana. Eran las cuatro. Y eso es lo que puso a Manuel y a Esteban tan ansiosos. Esperaban la llegada de su abuelo. Querían conocer más sobre sus historias. Porque claro, tener un abuelo como Tomás, era increíble. Era un anciano, con tantas historias tan interesantes. Historias que uno siempre iba a recordar. Y es por eso que Manuel y Esteban se emocionaban cada tarde que él venía.
Ahora el que hizo sonar la campana fue el timbre. ¡El abuelo de los niños había llegado! Si hubieran visto la felicidad en sus pequeños y dulces rostros. Querían escuchar la historia del día. Cada día con un cuento diferente. A veces de héroes, de reyes, de misterio, de amor, o simplemente anécdotas de la niñez de Tomás.
 La madre de Manuel y Estaban le abrió la puerta a su padre. Lo hizo pasar, le invitó un té y lo dejó que fuera a charlar con sus nietos que estaban en el living. El viejo se sentó en el sofá, saludó a los nenes y comenzó a hablar.
 —Todo comenzó, si mal recuerdo, en 1955. Estéfano, un hombre que dedicaba su vida a ayudar y conocer más sobre el resto de las personas, fue a visitar la provincia de Chaco para conocer a una tribu que admiraba mucho; los tobas.
 Partió el primer sábado de mayo. Se tomó un tren desde la ciudad de La Rioja, hasta la ciudad de Santiago del Estero. De allí, mediante auto, se dirigió al Gran Chaco, donde iba a hospedarse y socializar con los tobas.
 »Se alojó en la choza del líder. Quizás el mejor líder de todos los tiempos. Era amable, se preocupaba por su comunidad. El resto lo apreciaba mucho.
 »La vivienda era pequeña, pero acogedora. Estaba hecha de leños recubiertos por paja, como la mayoría de todos los hogares de la tribu. A lado de la puerta, había unas prendas de ropa y algunos adornos. El líder, que sabía hablar castellano, le dijo que esa vestimenta se la tendría que poner él, porque a la noche había fiesta. Sigue leyendo

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La vaca alienígena

La vaca alienígena vuela libremente

por el cielo sin pasaporte

porque es una demente

¡Obviamente!

 

En calzones hace deporte

con una gorra de ositos

y va comiendo copitos

sin que a nadie le importe…

(Lucas Salvi, 11 años)

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Sirena (Pili González Lepanto)

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Un grado de lo más exagerado

A Valeria Dávila, que nos inspiró

con su cuento “La familia de Pablito”

(en: El afinador de mosquitos, Sigmar, 2011)

Ilustración de Lorelyn Medina: http://es.123rf.com/profile_lenm


Hay veces que en un mismo grado se junta todo. La más estudiosa y el más vago. La súper charlatana y la recontra enamoradiza. El mayor mentiroso de la historia y el hiper distraído. Y la más golosa, porque en eso a Florencia no le gana nadie.

Es tan pero tan golosa que el kiosco de la vuelta de su casa tuvo que cerrar porque lo dejó vacío. Es tan pero tan, tan, tan golosa que en una semana engordó como un elefante y en la siguiente, como todo el planeta Tierra junto. Y fue de verdad increíble, porque por sus piernas subían los barcos y sobre su cabeza pasaban los aviones. Dice que pudo mirar de cerca la Muralla China y que se le enfriaron los pies en el Polo Sur.

Y eso no es todo. Porque Florencia es tan pero tan, tan, tan, tan, tan, tan supergolosa que se comió el kiosco de la escuela y, como tiene digestión lenta, recién al tercer día escupió a Juan, el kiosquero; y al cuarto, el toldo.

Es tan pero tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan requete golosísima que cuando fuimos a la plaza y vio al vendedor de pochoclos se le hizo agua la boca: en menos de una hora se juntaron 3000 ml. de baba y tuvieron que rescatarnos a todos en canoa.

El caso de Agustín es muy distinto. A él no le gustan tanto las golosinas, o por ahí ni siquiera se da cuenta de que está cerca de alguna. Porque Agustín es tan distraído, que una vez se desvío 1.000.000.001 cuadras de la escuela por andar pensando en cualquier cosa. Sigue leyendo

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